Como todo proceso de creación de espacios públicos destinados a albergar usos específicos, el diseño de un Centro de Memoria, independientemente de su ubicación, tiene unas connotaciones específicas hacia sus usuarios finales, en donde promotores, ciudadanos y organizaciones sociales y de víctimas, se congregan en torno a una iniciativa, pública o privada para hablar y generar espacios de memoria histórica, como instrumento para la construcción de la paz, la democracia y la plena vigencia de los derechos humanos.
Para los responsables de su materialización en proyecto construible, el reto se centra en el cómo conseguir que las expectativas generadas tanto en los promotores, como en la comunidad sean cumplidas, consiguiendo que la nueva edificación sea sostenible, rentable y con una simbología que trasmita por sí misma.
¿Cómo manejar la memoria histórica, cómo mantenerla, cómo hacer que trascienda a través de los tiempos dejando para las nuevas generaciones esos trozos de historia que marcaron a una sociedad determinada? ¿Cómo el FM puede ayudar a que esa memoria reflejada en una edificación, perdure y se conserve propiciando así mejores espacios de soporte para la comprensión y el entendimiento de los pueblos?
Memoria como concepto simbólico que se materializa a través de exposiciones, monumentos, espacios de sanación colectiva o exaltación, en recintos donde se ponen a disposición de los “clientes” los productos para ser consumidos a través de sus propias acciones, también simbólicas.
La configuración de espacios donde se habla de tortura, culpabilidad moral, castigo social, donde someter, excluir, masacrar, desplazar o torturar son verbos comunes en el día a día del centro, impone un desafío a la hora de suplir a la edificación de servicios asociados al uso, puesto que si bien, estaríamos hablando de servicios comunes a otra tipología de proyectos, es muy probable que existan elementos específicos de transmisión de memoria que requieran de mantenimientos especiales. En algunos casos puede ser el tener que incluir árboles de otras latitudes que transporten a sus observadores o en otros casos, lágrimas que derramadas y suspendidas en espacios de vértigo, sean las encargadas de generar emociones, afectos, experiencias y expresiones de liberación de la palabra, todo ello, claro está, con una necesidad expresa de ser mantenido.
Simbolismos que en diseño, tienden a materializarse en elementos de grandes magnitudes, formas sinuosas o accesos imposibles que en muchos casos pueden generar problemas a la hora de proceder con el mantenimiento. Parece evidente, y es sólo mirar algunos ejemplos de arquitectura moderna, que en muchos casos, mantenimiento y diseño divergen y hasta se contraponen a la hora de plantear una propuesta. Pareciera lógico, en aras de obtener un artefacto funcional a todos sus efectos, el emular las teorías de construcción de centros de memoria, las cuales se acompañan durante su proceso de ejecución, de la acción colectiva de ciudadanos y víctimas, e incluir en fases tempranas del proceso de desarrollo de un proyecto, consultores o Facility Managers quienes mediante su experiencia y conocimiento, aporten una visión diferente de conjunto que detecte posibles interferencias en la vida útil del activo.
Comprobado está que 1 peso invertido en fase de diseño, equivale a invertir 10 pesos en fases de construcción y 100 en fase de explotación.
Porque al final se trata de eso, por una parte, el recurrir a formas creativas de plasmar en el espacio memorias cuyo contenido, en muchos casos no termina de definirse y cuya interpretación posiblemente siga siendo materia de disputa, y por el otro, dotar a esos espacios de las herramientas, servicios y modelos necesarios que garanticen que tanto memoria como edificación continúen presentes para futuras generaciones.
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